MARACUYÁ

La maracuyá, de áureos pigmentos, ve desde la distancia, mira, asentada desde la copa de su árbol de esmeraldas hojas, observa su alrededor y advierte la presencia de humanos -Ojalá y no me quieran bajar-. "Los humanos son estrafalarios" dice la Maracuyá, "son como las termitas, que intentan comerse al árbol y a mí, pero en el proceso pelean entre ellos mismos, quieren todo para ellos, su ego es inherente a su psique" sentenció el fruto. La Maracuyá sabe que cumple un ciclo, que está en el punto más álgido de su vida, y, que como a todos, su mortalidad le está esperando, así como se encuentra en la cima de un árbol, protegido por sus ramas y altitud, puede encontrarse en el piso, a merced de cualquiera. A pesar de eso, tampoco le interesa vivir eternamente. "El epítome de mi vida se desencadena entre estas hojas, y llegado el día de mi muerte, me despediré de ellas, la eternidad es tan vasta como hostigante, y no quiero llegar al hastío." Dice para sus adentros.


Como le era común a la fruta, reposaba en las vigorosas ramas del frondoso árbol, en un verde campo, de naturaleza admirable. La paz lo inundaba de vitalidad y se meceaba con el delicado viento que arrumaba las nubes. "El sentimiento de la paz se destaca, pues este no aburre o se desvanece momentáneamente, como la felicidad. La felicidad constante es un como un barco, que después de tanto navegar, del mar se harta; en cambio, la paz constituye la tranquilidad que tanto el humano anhela por otros métodos. De manera inesperada, dos grupos masivos de hombres con artefactos grises brillantes en una mano y una especie de cubierta resplandeciente en la otra iban entre un griterío, y, mientras el fulgente sol caía, iban quedando menos hombres. La maracuyá había presenciado una batalla campal.


- ¡Qué es este pandemonio! ¿Qué acaba de ocurrir? Los humanos no se tienen ni compasión propia. Qué fue esta vez, ¿Poder? ¿Orgullo? ¿Traición? El humano está condenado a la muerte, aun así, le atrae más morir por un fin que vivir sin ninguno, aunque ese fin sea tan vago como su propia vida. El humano se horroriza de la muerte y la condena mientras aplaude cuando ejecutan a los que cumplen con sus prejuicios, se queja de los que abusan del poder mientras en su casa se apodera de lo impropio, predica, pero no practica. ¡Enderece Homo Sapiens! ¡Salga de ese fútil lapsus de la moralidad humana hipócrita! - Explota la Maracuyá. - ¡Estoy exhausto! Exhausto de estar en medio de la mortal vorágine de la discordia humana. Exhausto de presenciar horrores de la hipócrita sociedad que señala una piedra mientras esconde otra en la mano. Exhausto de ver a gente rezarle a un dios bondadoso para que les ayude a matar deliberadamente. Exhausto de ver a la razón perseguida por la ignorancia y el conformismo. La "normalidad" me repugna, el doble pensar del humano me sorprende tanto como me decepciona, la capacidad de tomar decisiones por orgullo y no por lógica la detesto, su decadencia poco a poco se derrama sin clemencia o misericordia alguna, y yo, que he visto suficiente, me rebelo a la vida, que me obligó a detallar estos actos, si existe algún dios, que se disculpe conmigo en el purgatorio. Me desentiendo, en forma de protesta, de este, mi árbol, y me dejo caer al vacío de la existencia, a la nada.


La maracuyá, se desprendió del árbol de esmeraldas hojas, algo lastimada, rodó por una colina en esos campos, ya retratados en la memoria del fruto, y llega a una planicie, donde un bovino se alimenta de su cuerpo.



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